SI EL HOMBRE POR NATURALEZA ES INTELIGENTE 
Y DISPONE DE LIBRE ALBEDRÍO, ¿POR QUÉ NO ES FELIZ? CADA UNO TENDRÍA QUE PREGUNTARSE POR QUÉ NO ES FELIZ, Y TAMBIÉN CUANDO ESPERA SERLO. 
-Sili-Nur-

El Hombre generalmente encuentra excusas para no afrontar debidamente lo que
puede hacer peligrar su idiosincrasia, sus apegos, sus costumbres. Incluso sus vicios. 
veces ignora la realidad porque le resulta incómoda o tiene miedo de afrontarla.
El ser humano ronda la rutina constantemente y, aunque ésta no lleva a ninguna
parte, sí tiene que haber un momento en el que poder rectificar propiciando 
la creatividad, el cambio en definitiva.
Todo es más sencillo de lo que pueda parecer. La sencillez es hermana de la
humildad, pero en este caso y en este contexto, sencillez también significa 
facilidad para mejorar unos esquemas mentales que van a hacer posible 
efectuar el cambio psicológico de esta generación.

Cuando uno no está a gusto con lo que hace, con su rutina diaria, con su cada día
igual, más complicado o problemático si cabe y con menos espiritualidad, 
parece claro que esto debiera obligar al ser inteligente a cambiar sus costumbres, 
sus actitudes.
El hecho de conformarse con la rutina diaria, indica que no salimos de esa espiral
de imperfecciones, de dolor, de sinsabores y llegar a alcanzar un progreso mucho mayor
en nuestra conformación espiritual. Y, si es así y entendemos que es así, ¿por qué no
efectuamos un cambio en nuestra vida y en nuestra actitud?
Ahí entra de lleno el reconsiderar el hecho del ego. ¿Es tal vez el ego mucho más
poderoso que nuestra capacidad de discernimiento y de actitud y del libro albedrío 
del que disponemos como seres humanos?
El ego es muy poderoso. El ego, en definitiva, está manifestándose en una tercera
dimensión proveyéndose de una energía subliminal muy poderosa: la de nuestra
consciencia. El ego se ha hecho cargo de la situación, pero, ¿acaso al ego debemos
destruirlo y desenraizarlo de nuestra consciencia? Definitivamente no. El ego forma parte
de nosotros mismos. El ego somos nosotros mismos.
Entonces, ¿qué pasa en nuestra mente, cuando reconociendo la existencia tan
poderosa de la manifestación egoica, somos incapaces de transmutarla en energía
sublimada? Que podría darnos un fuerte tirón hacia “arriba” y separarnos de ese 
contexto gris y difuso, de nuestra actual existencia.
Si en realidad estamos descontentos con lo que hacemos y aún así no propiciamos
el cambio, debemos deducir que estamos conformes con dicha situación. Y por eso 
el cambio no lo realizamos.

Generalmente, el descontento es la insatisfacción que nos viene dada por nuestro
propio espíritu, que clama con fuerza un cambio de nuestras posturas y
condicionamientos. Es esa sensación que tenemos a veces de no sentir alegría y gozo, 
y es producto de una incapacidad manifiesta para entendernos directamente 
con nuestro propio espíritu.
Si el Hombre por naturaleza es inteligente y dispone de libre albedrío, ¿por qué no
es feliz? Cada uno tendría que preguntarse el por qué no es feliz, y también cuándo 
espera serlo. Si ahora tiene esa oportunidad, ¿por qué la pierde sumergiéndose 
en la angustia, en la insatisfacción, en la desazón?. No es lógico, no tiene sentido.
Sabemos muchas cosas, disponemos de un gran conocimiento y de una gran
capacidad para adquirir mucho más. Está previsto encajarlo directamente en nuestro
volumen de pensamiento holográfico y, en cambio, rechazamos esa oportunidad y nos
sumergimos en un mundo dual de insatisfacción.
Cuando partimos del determinismo, de la lógica, cuando todo lo pasamos a través
del pensamiento racional y escogemos aquello que más nos conviene, ¿por qué
desechamos esa parcela tan importante de ser felices en el ámbito de la espiritualidad?
¿Acaso el pensamiento nuestro es incapaz de comprender 
que debe uno sentirse dichoso y feliz?
La vida la debemos tomar como un fluir. Un fluir de energía que penetra por todos
los poros de nuestra piel, por todas nuestras células y que a través de ellas vamos
incorporando ciertos conocimientos a todos los niveles. A todo cuanto forma parte del
holograma cósmico, puesto que estamos interrelacionados de tal forma, que cualquier
partícula atómica en todo el Universo es, al mismo tiempo, parte integrante de nuestra
mente, de nuestro cuerpo, de nuestro conocimiento.

Cuando hablamos de felicidad nos referimos a un estado de plenitud y de dicha.
Estado que nos hará sentir más fortalecidos, más en armonía, más conscientes, 
cuando acabemos de descifrar el contenido mismo de la vida y de sus circunstancias.
¿Acaso seremos más dichosos por disponer de mayores prebendas, de mayores
negocios, de más dinero? Es una utopía pensar que cualquier bien material 
pueda llegar a satisfacernos plenamente.
Por eso es muy difícil encontrar individuos plenamente dichosos. Porque están
obsesionados en una búsqueda, a todas luces equivocada, de tranquilidad espiritual.
Ciertamente, la tranquilidad espiritual no existe, porque el espíritu en realidad 
no necesita tranquilidad. Acaso va a necesitar vibración, impulso, mejorar...
En cambio, sí podríamos llegar a creer en la posibilidad de que necesitamos más
armonía y equilibrio, y la energía de ese pensamiento, por sí sola, se abocará 
plenamente en nuestra capacidad psicológica.
Así pues, resulta mucho más sencillo dejar fluir que no aspirar, 
querer, buscar, desear...
Pongamos nuestra mente en armonía, pero, ¿cómo hacerlo sin esperar nada, sin
desear nada? Repito, dejando fluir. ¿Cómo vamos a conseguir un nuevo 
o mayor nivel de vibración? Fluyendo. Y, ¿cómo se fluye? Anhelando. Y, 
¿cómo se anhela? No pensando, no queriendo.
La fluidez mental es como el agua que fluye en un río monte abajo y que sólo se
ocupa de ocupar un espacio. Que no piensa en nada más, porque nada 
le hace pensar en otra cosa que en fluir.
Creo que nada vale la pena desarrollar a un nivel mental, que requiera invertir parte
de su tiempo, robándoselo al tiempo eterno, espiritual. Indudablemente, 
estamos perdiendo el tiempo si para especificar determinadas cuestiones 
tridimensionales debemos abandonar
la búsqueda espiritual. Nuestra razón estará abocada al oscurantismo.
Así, estamos perdiendo el tiempo en desear, aspirar, corregir... Estamos perdiendo
el tiempo en el demiurgo y su formación. Estamos perdiendo el tiempo en las creencias, 
en el dogmatismo.
Lo que más interesa ahora es recapacitar, pero ¿cómo vamos a recapacitar si
necesitamos no pensar y dejar fluir? Y ahí está la cuestión y el gran dilema: 
“pensar para no pensar”.

Se necesita un pensamiento de perfeccionamiento fluido, emancipado. Y ahí
tenemos la gran lección de la vida: hallar la libertad dentro de unas ataduras
tridimensionales. Y es más, sabiendo y reconociendo que el fluir de nuestra vida, 
vendrá dado por la libertad de nuestro pensamiento y la fluidez del mismo.
Es necesario que recapacitemos en un trasfondo común, en igualar el pensamiento
a través de nuestro sentimiento, de nuestra intuición, de nuestra inspiración. Debemos
pensar, debemos organizar nuestro pensamiento, debemos reflexionar. Como el corazón
que actúa para bombear la sangre por todo el organismo. Como el peón de ajedrez 
que se mueve en función de un organigrama preestablecido.
Efectivamente, hay acciones y situaciones en las que debemos pensar. No nos
equivoquemos: pensemos. Pero un tipo de pensamiento que no perturbe nuestro espíritu,
que fluya a través de nuestros cromosomas como energía vivificadora que alimenta 
todos nuestros pensamientos.
Pensemos pero sabiendo que cualquier pensamiento puede producir un error, y ahí
está la cuestión: ¿cómo adivinar aquellos pensamientos que producen error y por lo tanto
invalidan un circuito, unas circunstancias? Esta es la cuestión y ahí es donde debemos
pensar y donde dirigir nuestro pensamiento.
Y cuando hablamos de pensar y de pensamiento, nos referimos a ese pensamiento
trascendente que aparece cuando justamente no pensamos. Pensamiento que altera todo un
proceso tridimensional, precisamente porque lo equilibra y nos da paso a la claridad. A ese
pensamiento que lo es, porque ha pensado que no piensa.
Con amor. Sili-Nur.

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